“¿Qué pueblo aceptaría ceder su tierra ancestral a colonos extranjeros? A los palestinos se les exigió eso… y más».
Columna de Opinión
Por Diego Khamis Thomas
Abogado, Director Comunidad Palestina de Chile.
Hace exactamente 88 años, en julio de 1937, la Comisión Peel —enviada por el gobierno británico para investigar las causas de la revuelta palestina de 1936— propuso por primera vez la partición formal de Palestina. Aquella recomendación, lejos de ser una solución justa, fue la consagración de una lógica profundamente colonial: resolver un problema creado por el imperialismo británico y el movimiento sionista, dividiendo la tierra de un pueblo nativo para entregársela a inmigrantes llegados en las últimas décadas.
La propuesta fue tan simple como brutal: crear un Estado judío para los inmigrantes sionistas en las zonas de mayor asentamiento de colonos europeos (Galilea, la llanura costera y parte del centro), un Estado árabe, para la población palestina en el resto del territorio, y una zona internacionalizada bajo control británico en torno a Jerusalén. Todo eso acompañado de la sugerencia de “transferencia de población” —un eufemismo para la expulsión forzada de palestinos del futuro Estado sionista—, con el objetivo de asegurar la homogeneidad étnica del nuevo Estado de los inmigrantes europeos.
La lógica que sustentaba este diseño era profundamente injusta, incluso absurda: ¿qué pueblo en el mundo aceptaría, en nombre de la “paz”, ceder parte de su territorio ancestral a un grupo de inmigrantes extranjeros que habían llegado en los últimos años con un proyecto abiertamente colonizador? ¿Aceptaríamos que se divida Chile, Perú o Francia para entregar más de la mitad de su tierra a colonos que han declarado que su objetivo es construir un Estado propio en esa tierra? Nadie lo aceptaría. Pero eso fue exactamente lo que se exigió a los palestinos.
A pesar del rechazo de la mayoría palestina y de la posterior retirada de la propuesta, la idea de partición quedó sembrada. Diez años más tarde, el 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 181, conocida como la partición de Palestina, que recogía el principio establecido por la Comisión Peel: dos Estados para dos pueblos, uno árabe, para la población palestina y otro judío, para los inmigrantes sionistas.
Aquel principio, injusto en su origen —porque dividía una tierra milenaria para beneficiar a colonos extranjeros—, pasó sin embargo a constituirse como base del derecho internacional para resolver la “cuestión Palestina”. El sionismo político dijo aceptar esa resolución, pero en la práctica hizo exactamente lo contrario: en lugar de constituirse en el 56% del territorio asignado al Estado judío, se expandió con la fuerza de las armas sobre el 78%. En el camino, más de 750.000 palestinos fueron expulsados y cientos de aldeas destruidas. Nunca se les permitió volver. Ese crimen tiene nombre: limpieza étnica.
Décadas más tarde, en un acto histórico de realismo y generosidad política, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) —única y legítima representante del pueblo palestino— aceptó el principio de los dos Estados el 15 de noviembre de 1988. Renunció al 78% de su territorio histórico y reivindicó constituir un Estado en el 22% restante: Cisjordania, incluida Jerusalén Este, y la Franja de Gaza.
Pero ni siquiera eso ha sido aceptado por Israel. Hoy, esos territorios están ocupados militarmente desde 1967, y el proceso de colonización ha llegado a extremos aberrantes. La Corte Internacional de Justicia en 2024, declaró esa ocupación ilegal. A ello se suma el proceso de colonización en Cisjordania, el intento de borrar la identidad palestina en Jerusalén, y el genocidio en Gaza, donde más de 56.000 personas —la mayoría civiles— han sido asesinadas por el ejército israelí en 20 meses.
Entonces, cabe preguntarse con dolor pero también con firmeza:
¿Dónde está la comunidad internacional que adoptó el principio de los dos Estados como solución jurídica?
¿Dónde está la voluntad política para obligar a Israel a cumplir siquiera con la mitad de esa promesa histórica?
La Comisión Peel inauguró una lógica injusta, pero incluso esa injusticia —la división de una tierra para entregarle una parte a inmigrantes— no se ha cumplido en su mínima expresión. Hoy, Israel es un Estado consolidado, reconocido y armado. Palestina sigue esperando. Esperando por su tierra, por su libertad, por su Estado.
A 88 años de la Comisión Peel, lo mínimo que merece el pueblo palestino es que el mundo honre la palabra que ha repetido hasta el cansancio: dos Estados para dos pueblos. Si no se va a cumplir, que al menos se deje de repetir. Porque no hay nada más cruel que una promesa rota que se proclama como solución mientras se permite el exterminio.