Con más de tres décadas cubriendo conflictos armados en África, Medio Oriente y Asia, el periodista y documentalista Hernán Zin enfrenta por primera vez la prohibición absoluta de acceder al terreno. Desde octubre de 2023, Israel impide el ingreso de prensa internacional a la Franja de Gaza, una anomalía que, según él, busca encubrir un genocidio en curso.
Autor de libros como Llueve sobre Gaza (2006) y director del multipremiado documental de Netflix Born in Gaza (2014), Zin afirma con contundencia: “Es la primera vez en mi carrera que me impiden entrar a una zona de guerra. Israel sabe que, si los periodistas estamos allí, la verdad se verá y su castillo de naipes se derrumbará”.
En conversación exclusiva con Al Damir, analiza la censura informativa, los asesinatos de más de 270 periodistas palestinos, el rol de la diáspora y su próximo documental Todos somos Gaza.
Por: Valeria Apara Hizmeri
- Israel ha prohibido el ingreso de prensa internacional a Gaza desde octubre de 2023. ¿Cómo interpretas esta decisión?
“Llevo cubriendo guerras desde 1996 y he estado en más de veinte conflictos armados, sobre todo realizando películas, documentales y libros. Sin embargo, esta es la primera vez que no me permiten entrar a un conflicto. Es una anomalía que incumple todas las reglas del derecho internacional y que, desde el primer día, interpreté como un intento deliberado de Israel por encubrir lo que tenían planeado: un genocidio. Con la perspectiva del tiempo, queda claro. Nos mantuvieron meses jugando con nosotros, prometiéndonos que podríamos entrar, cuando en realidad tenían muy claro que iban a cometer una limpieza étnica y no querían testigos internacionales.
Las consecuencias de nuestra ausencia son terribles a todos los niveles. Cada vez que he estado en Gaza, durante las distintas ofensivas israelíes, siempre he trabajado con equipos palestinos: periodistas locales, traductores, conductores y productores. Al estar con ellos, de alguna manera servimos de escudos humanos. Aunque puede haber errores —como ocurrió con algunos compañeros que han muerto— Israel suele cuidarse de no matar a periodistas extranjeros. En 2014, por ejemplo, recuerdo que estaba en un hotel con un cartel que decía: “Este hotel no será bombardeado por el IDF”. Me generaba una enorme rabia, porque yo voy a Gaza para compartir el destino de mis colegas y de la población, no para recibir un trato distinto.
El hecho de que no podamos entrar implica que ya no podemos proteger, aunque sea de manera indirecta, a nuestros compañeros y compañeras locales frente a los bombardeos masivos. Israel lo sabe, y por eso ha querido impedirlo a toda costa. Yo lo he intentado de todas las formas posibles, incluso tratando de entrar con ayuda humanitaria a través de El Cairo, pero no funcionó.
Para mí es una frustración enorme y me llena de rabia. Mi lugar y mi vocación están en Gaza, y daría lo que fuera por estar allí, junto a la gente que siempre me recibió con los brazos abiertos y que representa ejemplos de dignidad y resiliencia como nunca he visto en mi vida. Llevo veintidós meses sufriendo por no poder estar en Gaza”.
- ¿Cuál es la diferencia de este bloqueo informativo con lo que has visto en otras guerras y conflictos en los que sí se permitió a la prensa internacional ingresar al terreno? ¿Te había pasado algo así antes?
“La paradoja es que, aunque los reporteros y cineastas internacionales no estemos en Gaza, el trabajo de los periodistas gazatíes es tan heroico y tan valioso que el mundo finalmente empieza a ver la verdadera cara del sionismo. No como el supuesto hogar de las víctimas del Holocausto, sino como lo que realmente es: un proyecto colonial, racista y fascista establecido en el siglo XIX.
En este sentido, a Israel el tiro le ha salido por la culata. Su estrategia de propaganda ha fracasado: están perdiendo el control del relato. El precio humano que se está pagando es enorme, pero esa narrativa que siempre habían manejado con tanta eficacia ahora se les está escapando de las manos.
Nunca me había ocurrido algo parecido en otros conflictos. En 2012 entré en Somalia, cuando Al Qaeda dominaba el 90% del país. También pude entrar en Afganistán en los peores momentos, en 2008 y 2011. Incluso en el Congo, durante la primera guerra —con cinco millones de muertos— logré llegar hasta donde estaban los rebeldes. Nunca nadie me prohibió la entrada. Esta es la primera vez que sucede, y es de una desfachatez e inmoralidad enormes, propias de una supuesta democracia que no lo es, y que tiene un profundo miedo a la verdad”.
3) ¿Se han hecho llamados oficiales para poder entrar? ¿Qué respuesta les han dado las autoridades israelíes?
“Al principio, Israel jugó con nosotros prometiendo que íbamos a entrar, pero después cayeron todas las máscaras y dejaron de prometerlo.
Lo verdaderamente vergonzoso es que los grandes medios internacionales compran sin cuestionar las versiones de Israel, de sus embajadores, de sus portavoces y de sus ‘minions’ repartidos por el mundo, fomentando así la propaganda del sionismo. Medios como la BBC o el New York Times han llegado a aceptar esas versiones sin que existan periodistas independientes en el terreno que puedan verificarlas. Eso va contra la ética periodística más elemental y contra nuestro propio código deontológico.
Lo que deberían haber hecho la BBC, la CNN, el New York Times y muchos otros medios del mundo es no dar entrevistas a portavoces ni embajadores (israelíes), porque cualquier cosa que digan no puede ser verificada. Por defecto, deberíamos asumir que lo que dicen es mentira. El tiempo lo ha demostrado, gracias al trabajo heroico de los periodistas locales: más de 250 han perdido la vida, pero gracias a ellos hemos podido desmentir las mentiras de Israel, desde las matanzas de paramédicos hasta el ataque al hospital Nasser.
El sionismo, en realidad, se ha construido sobre una mentira durante los últimos cien años. Se ha camuflado en un victimismo que oculta su verdadera cara: la de un poder colonizador europeo-estadounidense en una región que no le pertenece. En esta etapa de destrucción y limpieza étnica, lo que prevalece es precisamente la mentira y la propaganda”.
- ¿Qué significa para un periodista de guerra no poder estar en el lugar de los hechos?
“A nivel personal, me genera una enorme rabia e impotencia. Si estoy en Gaza puedo ayudar: llevar gente al hospital, comprar comida, acompañar a familias. Me siento útil, informado y parte de lo que está ocurriendo. Desde Madrid, en cambio, la sensación es de frustración constante.
La verdad es lo que más teme el sionismo. Si la verdad sale a la luz, se derrumba el castillo de naipes sobre el que construyeron esta colonia en Oriente Próximo. Mi esperanza es que esa temporalidad sea corta, porque los palestinos merecen vivir en su tierra, ser compensados por todo lo que han sufrido y recuperar la totalidad de su territorio.
No estamos hablando de paz, estamos hablando de ocupación. Y el derecho internacional establece que un pueblo ocupado tiene derecho a resistir, incluso con armas. También establece que los periodistas tenemos la obligación de entrar”.
- ¿Qué consecuencias tiene esta censura en la calidad y veracidad de la información que recibe la comunidad internacional?
“La consecuencia es que el relato queda en manos de Israel y de su maquinaria propagandística. Sin periodistas internacionales en el terreno, los grandes medios terminan reproduciendo la versión oficial israelí sin posibilidad de contrastar. Eso corrompe la veracidad de la información y deja a la comunidad internacional sin una fuente independiente.
La paradoja es que, aunque Israel haya intentado controlar el relato, el heroico trabajo de los periodistas locales está permitiendo que el mundo vea la verdad”.
- Desde octubre de 2023 han sido asesinados más de 270 periodistas palestinos. ¿Qué opinión te merece este nivel de violencia dirigida hacia la prensa local?
“Por supuesto que son asesinatos deliberados, no tengo la más mínima duda. Desde el principio, Israel ha utilizado un programa de inteligencia artificial llamado Lavender, que cruza datos de llamadas, redes sociales, reconocimiento facial y de voz para generar objetivos. Saben perfectamente a quién apuntan y cómo lo hacen.
El problema es que Lavender comete muchos errores. Si prestas tu teléfono a alguien, el dron puede equivocarse y matar a otra persona. Lavender se comunica con otro programa llamado GoDaddy, que es el que ejecuta los asesinatos de familias enteras. Los daños colaterales aceptados en su algoritmo eran de unas cincuenta personas por cada objetivo principal. Antes, las ofensivas israelíes podían tardar un mes en fijar cincuenta objetivos; ahora, con la automatización, generan cien objetivos al día. De ahí la destrucción masiva que estamos viendo en Gaza.
Empresas como Microsoft —cuya nube utiliza el ejército israelí— son cómplices directos de este sistema. Y todo esto constituye, además, un gran negocio: compañías como Elbit Systems y otras venden estas armas con el sello de “probado en combate”. Gaza funciona como un laboratorio de experimentación. La primera vez que vi drones en una guerra fue en Gaza; después los encontré en todos los conflictos.
Israel es el único ejército que en treinta años de cobertura de guerras he visto dedicarse exclusivamente a matar mujeres y niños. Es un ejército cobarde e impune”.
7) ¿Consideras que estos asesinatos responden a una intención deliberada de eliminar testigos y silenciar la narrativa palestina?
“Sí, absolutamente. Es una estrategia deliberada de eliminar testigos y silenciar la narrativa palestina”.
8) Llevas muchos años cubriendo el tema palestino. En tu libro Llueve sobre Gaza ya hablabas de este contexto. Si miras hacia atrás, ¿qué continuidad o cambios encuentras en la situación palestina desde entonces?
“Mi libro Llueve sobre Gaza, escrito en 2006 después de pasar meses en la primera gran ofensiva israelí, ya recogía muchas de las dinámicas que hoy seguimos viendo: niños con disparos en la cabeza por francotiradores, destrucción de cultivos, animales, fuentes de agua, hospitales y escuelas. Todo lo que se probó entonces se utiliza ahora de forma magnificada.
En 2006 murieron 43 niños; en 2014, la cifra ascendió a 500. La mecánica es exactamente la misma: apuntar a la infancia, usar el hambre como arma, destruir hospitales, escuelas y atacar a la población civil. Lo único que ha cambiado es la magnitud.
Lo que más me duele es que sabíamos que esto iba a ocurrir. El genocidio estaba escrito. Lo advertimos en libros, documentales, artículos… pero el mundo no respondió”.
9) En tu documental Born in Gaza (Netflix, 2014) retrataste la vida de los niños bajo asedio. ¿Cómo conectas ese trabajo con lo que estás preparando ahora en Todos somos Gaza?
“Todos somos Gaza nace de la búsqueda de los diez protagonistas de Born in Gaza. Milagrosamente, logramos encontrarlos a todos. Los hemos seguido durante meses y con ello hemos construido un documento único sobre el genocidio, que demuestra que todo esto no comenzó el 7 de octubre.
Los niños que lo perdieron todo en 2014, ahora adultos, lo han vuelto a perder todo. Sin embargo, conservan la misma dignidad y resiliencia de entonces.
Es una película impresionante, realizada a distancia gracias a un equipo local con enorme talento y valentía. Es, en definitiva, un testimonio definitivo sobre el genocidio.
Todos somos Gaza no es solo una película documental rodada durante veintidós meses en medio de un genocidio. Aspira a convertirse en un movimiento. En nuestra página web habrá recursos para impulsar el boicot y la acción política. Músicos ya han creado canciones, habrá otra película que se sumará, y mi objetivo final es levantar un memorial físico en Madrid con los nombres de todos los niños asesinados”.
10) ¿Qué rol crees que pueden cumplir las audiencias, activistas y periodistas fuera de Gaza para contrarrestar este silencio impuesto?
“Espero que la gente actúe con contundencia: romper relaciones comerciales y diplomáticas con Israel, exigir corredores humanitarios, indemnizaciones al pueblo palestino y medidas reales para frenar este genocidio.
También creo que la diáspora palestina debe tomar el control de la narrativa. He buscado apoyo en comunidades de Italia, Jordania, Reino Unido y España, pero las respuestas han sido tibias. Si no se toma ahora el relato, quedará en manos del sionismo con toda su maquinaria propagandística.
Esta película puede llegar a cien millones de personas, y cada espectador es un futuro aliado de Palestina. Es crucial que la comunidad palestina en Chile y en todo el mundo se involucre. Mi sueño es estrenar Todos somos Gaza en Santiago, en un gran cine, y que juntos rindamos honor a los niños de Gaza y retomemos la narrativa. Solo así llegará la victoria y la liberación del pueblo palestino”.
*Hernán Zin: “Quiero invitarte a ser parte de mi próximo documental Todos Somos Gaza. Con tu aporte podemos hacerlo posible”. Súmate y dona aquí.
