Celine Reymond es una actriz chilena con más de veinte años de trayectoria en cine, teatro y televisión. Reconocida por su versatilidad en la actuación, hoy ha abierto un nuevo camino como directora y guionista para explorar su historia personal y sus raíces familiares. Ese giro creativo tomó forma en “Habibi Siddo” (Mi abuelo amado), un cortometraje donde construye una carta visual y sonora a partir de los recuerdos de la diáspora palestina en Chile.
La obra —aún inédita— nace de los álbumes familiares heredados de su abuelo, la pareja de su abuela, un hombre que, sin compartir lazos de sangre, se convirtió en su referente afectivo y en el vínculo más tangible con Palestina.

Narrado en árabe por la propia directora, el filme evoca la ternura y las ausencias de ese abuelo para explorar una pregunta mayor: ¿cómo sobrevive una identidad palestina entre el silencio, el desarraigo y la memoria transmitida?
En conversación exclusiva con Al Damir, Celine Reymond comparte la intimidad de este proceso creativo y reflexiona sobre el legado de Palestina en su vida.
Por: Nur Farida Ghalyoun


- ¿Cómo fue tu primer acercamiento con Palestina a través de tu abuelo?
“Desde que nací tuve un vínculo muy fuerte con él. Era un hombre cariñoso y muy tierno. Crió a las hijas de mi abuela como si fueran propias, y cuando yo nací, conectamos enseguida. Para mí siempre fue mi abuelo, aunque no tuviéramos lazos de sangre directos. Recuerdo que me decía: “Tú tienes los mismos ojos que nosotros, somos distintos”. Con esas palabras me hacía sentir parte de una herencia que me vinculaba a Palestina.
También me hablaba de su casa en Belén, de los olivos y de su abuela Helwe. Así entendí que, a través de él, se estaba tejiendo una historia familiar unida a esa tierra”.
- ¿Cómo hablaba él de su identidad palestina?
“Muy poco. Su padre pertenecía a esa primera generación de palestinos que llegó a Chile a comienzos del siglo XX, marcada por el deseo de integrarse, lo que los llevó incluso a dejar atrás el idioma. Aun así, me hablaba de su abuela Helwe, de los olivos en Belén y de que su casa estaba en la calle de la Estrella, cerca del pesebre. Yo era una niña católica y me maravillaba pensar que él venía del mismo lugar donde había nacido Jesús”.
- ¿Cuándo empezaste a profundizar más en esa identidad?
“Mucho después. De niña no entendía lo que significaba la ocupación ni la historia de Palestina. Pensaba que Israel y Palestina eran dos países distintos y que el conflicto era religioso. Más grande comprendí que se trataba de una injusticia, de un pueblo privado de soberanía que, a pesar de todo, nunca dejó de ser palestino. Eso es lo que más me conmueve: que el alma palestina es tan sólida como la piedra o la tierra”.
- Cuando viajaste a Palestina, ¿qué significó para ti no poder llegar a Belén?
“Fue muy fuerte. Yo iba con la idea de conocer el lugar del que me hablaba mi abuelo, pero no pude entrar. Ahí entendí que Palestina estaba ocupada por Israel. Incluso me dí cuenta que decir que mi abuelo era palestino no era bien recibido. Esa experiencia me marcó mucho, porque me hizo ver que había algo que no estaba bien”.
- ¿Cómo surgió la idea de hacer Habibi Siddo?
“Habibi Siddo nació el día en que mi abuela me entregó los álbumes y las notitas de mi abuelo. En esas memorias encontré una forma de volver a acercarme a él y, al mismo tiempo, a Palestina. La idea de escribirle una carta surgió porque así era como nos comunicábamos. Ese gesto íntimo se transformó en el corazón del corto: una carta que es puente entre su vida, mi búsqueda y una historia familiar que, pese al tiempo y la distancia, nunca desaparece”.
- Elegiste hacer Habibi Siddo en árabe, a pesar de no haber crecido con ese idioma. ¿Por qué?
“Desde el inicio sentí que tenía que ser en árabe. La carta no era solo para mi abuelo, sino también para su linaje, para esas generaciones con las que él mismo había perdido la conexión. Usar el árabe fue una forma de devolver esa pertenencia, de hablarle a mi familia. Por lo mismo, decidí no mencionar a Israel: para el linaje de mi abuelo ese Estado no existía, no tenía cabida en la historia que quería contar”.
- ¿Qué te ha revelado Palestina sobre la capacidad de un pueblo de resistir y mantenerse en el tiempo?
“Lo que más me impresiona es esa capacidad infinita de los palestinos de seguir siendo palestinos, pase lo que pase. Nunca han dejado de afirmarse en su identidad, ni siquiera bajo la ocupación más dura. Al contrario: mientras los israelíes adoptaron costumbres y elementos propios de los palestinos, ellos nunca dejaron de ser quienes son.
Esa permanencia habla de algo muy profundo: del alma palestina como una fuerza que es tan sólida como las piedras y tan viva como la tierra misma. Una identidad que atraviesa generaciones y que nunca va a desaparecer”.
Fotografías por: Daniel Gil.