Por Gazan Qahhat Khamis
Dos años después del inicio de la ofensiva israelí en Gaza, la atención internacional se ha concentrado casi exclusivamente en la devastación del enclave costero. Sin embargo, en Cisjordania la ocupación se ha intensificado de manera brutal y silenciosa. Lo que organizaciones de derechos humanos han descrito como la “gazaficación” de Cisjordania es hoy una realidad: asesinatos, detenciones masivas, demoliciones de viviendas, expansión de colonias y desplazamientos forzados marcan la vida cotidiana de millones de palestinos que habitan en esta parte del territorio ocupado.
Desde octubre de 2023 las fuerzas israelíes han multiplicado las incursiones militares en ciudades como Jenin, Nablus, Hebrón y Tulkarem. Estas operaciones, que en principio se justifican como acciones contra grupos armados, han derivado en castigos colectivos contra la población civil. Según Naciones Unidas y diversas organizaciones internacionales, más de 700 palestinos han sido asesinados en Cisjordania en estos dos años, incluidos decenas de menores. A esto se suman los ataques de colonos israelíes que, muchas veces con respaldo o protección militar, han incendiado viviendas, arrancado olivares y expulsado comunidades enteras de sus tierras.

El sistema carcelario se ha convertido en otro instrumento de represión masiva. Según la ONG Addameer, a octubre de 2025 más de 11.100 palestinos permanecen en cárceles israelíes, la mayoría bajo detención administrativa, es decir, encarcelados sin juicio ni cargos formales. En este periodo al menos 76 presos han muerto bajo custodia en condiciones denunciadas como tratos crueles e inhumanos. Además, 400 menores de edad se encuentran detenidos y existen 53 mujeres presas.
Las demoliciones de viviendas, por su parte, han alcanzado niveles récord. Esta práctica, que Israel justifica bajo pretextos de seguridad o falta de permisos de construcción, constituye en realidad un método sistemático de despojo territorial destinado a liberar espacio para la expansión de asentamientos ilegales. Hoy colonias y puestos avanzados siguen creciendo, profundizando la fragmentación geográfica y social de Cisjordania.
La vida cotidiana se ha vuelto insoportable para la mayoría. Nuevos puestos de control y cierres arbitrarios de carreteras han paralizado la economía local y restringido el acceso a hospitales, escuelas y lugares de trabajo. Agricultores palestinos han sido impedidos de acceder a sus tierras, especialmente durante la temporada de la cosecha de olivos, un símbolo cultural y fuente de subsistencia fundamental. El resultado ha sido la pérdida de soberanía alimentaria y un aumento de la dependencia de ayuda internacional, que a menudo es bloqueada o retrasada por las autoridades de ocupación.


La crisis humanitaria se refleja también en los desplazamientos internos. Decenas de miles de palestinos han tenido que abandonar sus hogares tras operaciones militares en campamentos de refugiados como Jenin o Tulkarem. Sin posibilidad de regresar, atrapados entre la represión israelí y la falta de soluciones internacionales, estas comunidades viven en condiciones precarias y de hacinamiento. La situación de Cisjordania no aparece en titulares con la misma fuerza que Gaza, pero constituye un capítulo paralelo del mismo proceso de despojo y sometimiento.

Dos años después del inicio del genocidio en Gaza, Cisjordania muestra otra cara de la misma política: una ocupación que busca fragmentar, desplazar y someter a un pueblo entero. Lo que ocurre en sus calles y aldeas no es un “daño colateral”, sino parte de una estrategia más amplia que combina represión militar, colonización del territorio y anulación de la vida cotidiana palestina. Frente al silencio cómplice de la comunidad internacional, la realidad en Cisjordania confirma que el genocidio no se limita a Gaza: se extiende de manera soterrada sobre toda Palestina.
