Por: Valeria Apara Hizmeri
El 29 de mayo de 2025, Naciones Unidas confirmó que más de 500.000 personas en Gaza han entrado en Fase 5, es decir, hambruna, el nivel más extremo de inseguridad alimentaria según la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (CIF).
Diversas organizaciones humanitarias en terreno, como Médicos Sin Fronteras han denunciado el uso deliberado del hambre como arma, advirtiendo un aumento sostenido de la desnutrición aguda en niños menores de cinco años. Por su parte, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) estima que cerca de 100.000 mujeres y niños necesitan tratamiento urgente, mientras casi un tercio de la población lleva días sin comer.
En Al Damir, conversamos con Natalia Adauy Mohor, nutricionista clínica de Red Salud Santiago y postgrado en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), quien nos detalla qué implica la Fase 5 y cuáles son los efectos del hambre extrema en el cuerpo humano, tanto a corto como a largo plazo.
¿Cuáles son los primeros efectos físicos y psicológicos de la desnutrición severa?
“A nivel físico, los primeros signos incluyen una delgadez extrema, con huesos visiblemente marcados en la columna, cadera y costillas. La piel se reseca, el cabello y las uñas se tornan frágiles y quebradizos. En los niños puede observarse el abdomen abultado, producto de edemas causados por déficit de albúmina o por la atrofia muscular que impide sostener las vísceras correctamente. La falta de energía también genera una reducción drástica en la movilidad y la aparición de “niebla mental”, es decir, una dificultad creciente para pensar con claridad. A medida que el deterioro avanza, los órganos comienzan a fallar, el sistema inmune se debilita, y finalmente, si no hay intervención, se produce una falla multiorgánica que lleva a la muerte.
Desde el punto de vista psicológico, las personas con desnutrición severa no pueden dejar de pensar en comida. Su energía se concentra exclusivamente en buscar algo que comer —incluso entre la basura, en el suelo o en restos de animales muertos—, lo que les impide trabajar, socializar o mantener cualquier otra función mental o social que no esté directamente relacionada con la supervivencia”.
¿Qué le ocurre al cuerpo cuando deja de recibir alimentos por días o semanas?
“El cuerpo entra en un estado de ayuno que se desarrolla en etapas. Luego de dos a tres días sin alimentos, comienza la cetosis: el organismo empieza a usar las grasas como fuente de energía, generando cuerpos cetónicos en el hígado que suplen parcialmente la glucosa, especialmente para el cerebro y los músculos. Entre el cuarto día y las dos semanas, el cuerpo se adapta a este mecanismo para preservar la masa muscular. Sin embargo, si el ayuno se prolonga, el organismo comienza a degradar músculo para sostener sus funciones vitales.
Durante este proceso, el metabolismo se ralentiza: la temperatura corporal, la frecuencia cardíaca y la presión arterial disminuyen. Después de cuatro semanas sin alimentación, se presenta una pérdida importante de masa muscular y un deterioro significativo en las funciones inmunológicas y cognitivas, lo que incrementa el riesgo de infecciones graves”.
¿Cuánto tiempo puede sobrevivir una persona sin acceso adecuado a comida o agua?
“La respuesta depende de factores como la edad, la cantidad de grasa corporal, el estado de salud previo y la temperatura del entorno. En términos generales, una persona puede sobrevivir entre 30 y 60 días sin comida, siempre que tenga acceso a agua. Este rango puede extenderse si logra consumir pequeñas cantidades de alimento. En cambio, la falta total de agua puede causar la muerte en un plazo de 3 a 7 días, y en climas cálidos ese tiempo puede reducirse a apenas 2 días.
Los niños, por su parte, tienen una menor resistencia. Si solo tienen acceso a agua, podrían morir en un periodo de 10 a 20 días, dependiendo de su estado nutricional previo. Aquellos que ya presentaban desnutrición podrían sobrevivir apenas cinco días. En el caso de los lactantes, el proceso es aún más acelerado: se deshidratan rápidamente y son más propensos a desarrollar infecciones, lo que requiere una intervención médica inmediata para asegurar su supervivencia”.
¿Qué grupos de la población son más vulnerables en esta situación?
“Los grupos más vulnerables a la hambruna son los niños menores de cinco años y los adultos mayores de 60. Ambos tienen menos reservas de grasa y músculo, lo que significa que el deterioro de su estado físico comienza antes. Además, poseen una menor capacidad para sostener sus funciones inmunológicas y metabólicas frente al estrés extremo que implica la falta prolongada de alimentos”.
¿Qué consecuencias puede tener esta situación a largo plazo para la salud física y mental de la población palestina?
“En la población infantil, la hambruna puede causar retrasos irreversibles en el crecimiento si no se actúa a tiempo. El sistema inmunológico queda tan debilitado que incluso si los niños logran salir del estado de hambruna, continúan siendo vulnerables a diversas enfermedades. Además, pueden desarrollar trastornos como retraso cognitivo, anemia, ceguera nocturna e hipotiroidismo.
Desde una perspectiva mental y cognitiva, el daño también es profundo. La inanición, sumada al trauma del conflicto armado, interrumpe el desarrollo normal del cerebro, afectando su estructura y funcionamiento. Esto limita las capacidades de aprendizaje, memoria y atención a largo plazo. La exposición prolongada al hambre también contribuye al desarrollo de trastornos psicológicos como la depresión, la ansiedad y el estrés postraumático, alterando profundamente la vida cotidiana de quienes viven en Palestina.
Por último, el impacto es intergeneracional. Las madres desnutridas tienden a tener hijos con peor salud, perpetuando un ciclo de pobreza, malnutrición y baja escolaridad que puede extenderse por generaciones si no se rompe mediante una intervención humanitaria urgente”.